¿Te has preguntado alguna vez por qué en nuestros países persiste la idea de que buscar el éxito empresarial y el beneficio propio es algo negativo? Escribo desde mi experiencia y vida en Venezuela, pero reconozco que este debate no es exclusivo de nuestro país: la creencia de que el beneficio individual es perjudicial para el colectivo es un rasgo cultural que resuena en buena parte de América Latina.
Durante años, el debate público en la región ha puesto en el centro la sospecha hacia la rentabilidad, promoviendo el imaginario de que solo el Estado puede velar por el llamado “bien común”. Sin embargo, la dolorosa experiencia del intervencionismo en Venezuela y, por el contrario, los logros de muchos emprendedores en mi país, nos invitan a abrir una conversación más profunda y matizada sobre el rol del beneficio empresarial en la sociedad.
La rentabilidad no es egoísmo, es servicio social
En nuestra región dinámica, golpeada pero resistente y perseverante, el beneficio va mucho más allá del interés personal: es, en realidad, la brújula que nos orienta sobre dónde y cómo aportar más valor a los demás. Lo resume así F. A. Hayek:
En la complejidad de nuestra sociedad moderna, el beneficio es la brújula que nos indica dónde podemos aportar más valor a los demás. Al buscar el lucro no solo mejoramos nuestras vidas, sino también —y quizá sin saberlo— la de miles que nunca veremos; así, somos tan altruistas como la sociedad lo permite.
Lejos de ser un síntoma de egoísmo, cuando empresas y personas persiguen legítimamente el beneficio propio, terminan creando bienestar para muchos más: resuelven necesidades, generan empleo productivo y construyen soluciones donde antes solo había carencia. Esa búsqueda de rentabilidad moviliza nuestro talento y creatividad, incluso cuando las circunstancias parecen adversas.
Mitos, retos y oportunidades para avanzar
En Venezuela, el desarrollo empresarial ha coexistido históricamente con regulaciones inestables, cambios normativos y mensajes oficiales que, en ocasiones, tienden a subestimar el valor del emprendimiento privado en la formación de prosperidad colectiva. Por el contrario, el empresario ha sido acusado de los altos niveles de pobreza estructural. Y este mismo patrón se observa en varios países latinoamericanos, donde el equilibrio entre lo público y lo privado aún es motivo de debate y ajuste constante.
Es comprensible que existan preocupaciones legítimas sobre la equidad y el acceso a oportunidades, pero sería valioso que la conversación nacional y regional evolucione hacia una apreciación más equilibrada del aporte real de la empresa privada al bienestar general.
Muchas empresas han demostrado que el esfuerzo individual y la innovación son los aliados más poderosos del bienestar común. Incluso bajo desafíos regulatorios o fiscales, la resiliencia y el ingenio han impulsado proyectos que multiplican oportunidades y mejoran vidas.
El beneficio colectivo surge de la libertad de emprender
La verdadera prosperidad no se decreta ni se impone; nace donde las personas tienen la libertad de crear, competir y servir con innovación. Dos ejemplos recientes y palpables de ello son Cashea, la fintech fundada por Pedro Vallenilla, que ha recuperado el crédito al consumo donde el sistema tradicional ya no podía hacerlo. Más de siete millones de venezolanos han ampliado sus posibilidades de compra y resuelto necesidades inmediatas; cientos de empleos formales y de calidad se han creado y miles de comercios han recobrado vida.Este caso muestra cuán lejos puede llegar la iniciativa privada cuando tiene espacio para evolucionar.
Otro ejemplo inspirador es @Yummy, la plataforma creada por Vicente Zavarce, que ha abierto nuevas fuentes de ingreso digno, modernización comercial y acceso a la movilidad para decenas de miles de familias. Decenas de miles de repartidores y conductores, así como pequeños y medianos comercios, han encontrado en Yummy un puente hacia el progreso y la inclusión digital.
Estos son apenas dos ejemplos venezolanos, pero la historia se repite en distintas formas a lo largo y ancho de la región, donde el talento y el espíritu emprendedor pueden transformar vidas si encuentran apertura y confianza para crear.
Cada vez que celebramos la libertad de crear e innovar, el beneficio colectivo florece en formas cercanas y poderosas. Cambiar el discurso no implica negar los desafíos, sino reconocer juntos el enorme potencial que tenemos para multiplicar oportunidades desde todos los sectores.
Una invitación a redescubrir la prosperidad
¿Qué pasaría si empezamos a mirar el éxito productivo como un motor legítimo de bienestar para todos? La próxima vez que surjan dudas sobre la rentabilidad y el emprendimiento, recordemos que cada empresa que prospera sostiene a miles: empleados, clientes, comunidades y familias enteras. Incluso el propio Estado —ese Leviatán cuya presencia atraviesa todos los ámbitos de la vida nacional— se ve beneficiado, recibiendo recursos fiscales y viendo fortalecida la economía que administra. El auténtico “beneficio colectivo” es fruto de la libertad, la creatividad y la colaboración entre sectores.
La rentabilidad no es contraria al bien común, sino un aliado natural de una Venezuela y una América Latina abiertas, dignas y solidarias. Apostar por el lucro honesto es apostar por el futuro y el bienestar de nuestra gente y en consecuencia, nuestros países.
Te invito a sumarte a esta reflexión abierta. Venezuela —y toda la región— puede y merece ser un espacio donde la innovación, el trabajo y el emprendimiento sean vistos como actos de servicio social y no como obstáculos al progreso.